Transfigurados por la luz

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Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. 

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: (1) Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos… Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Mateo 4, 12-18. 23 

(1) Transfiguraos 

El tema de la luz atraviesa toda la revelación bíblica, ocupando un puesto central entre los simbolismos religiosos a que recurre la Biblia. 

La separación de la luz y de las tinieblas fue el primer acto del Creador. Al final de la historia de la salvación la nueva Creación tendrá a Dios mismo por luz. De la luz física que alterna acá abajo con la sombra de la noche se pasará así a la luz sin ocaso que es Dios mismo. La historia misma que se desarrolla entre ambos polos toma la forma de un conflicto en que se enfrentan la luz y las tinieblas, enfrentamiento idéntico al de la vida y de la muerte. Lucha de luz y tinieblas es asimismo la vida misma singular de todo hombre y de todo el hombre, cuya suerte final se definirá en términos de luz y tinieblas como en términos de vida y muerte, de fracaso o de salvación total… 

Tanto la primera como la tercera lectura de hoy nos presentan la luz como promesa profética y como realización cristiana, respectivamente. En la primera lectura la salvación mesiánica Isaías nos la describe como el paso de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la noche de la esclavitud babilónica al día de la repatriación de los hebreos cautivos, de la depauperación y hambre a la abundancia de un rico botín compartido, de las lágrimas derramadas del que siembra a los cánticos alegres del cosechador exuberante… Es el Emmanuel, esa luz grande profetizada por el primer Isaías, que brilló y brillaría para un pueblo que caminaba en tinieblas y habitaba en el “país de las sombras”. 

En el texto evangélico proclamado hoy, aparece Cristo, Luz del mundo, al comienzo de su predicación en la Galilea de los gentiles, considerada entonces como pueblo que habitaba en tinieblas y en tierra de sombras de muerte, realizando en su persona y misión el cumplimiento del oráculo de Isaías. Él es la Luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo claroscuro; seguirle a Él es no caminar en las tinieblas sino tener la luz de la vida. Sometida esta Luz en su pasión y muerte al poder de las tinieblas, triunfa de la Noche en el Día de Dios, en su luminosa Resurrección para días sin término. Es la ¡Lumen Christi! para iluminación de los Gentiles y para glorificación del viejo y nuevo Israel… La Luz, que penetra y sondea lo más íntimo del corazón del hombre, que se sabe las primeras y ultimas verdades de la historia, que esclarece y aclara los más recónditos entresijos de toda persona, Día del Día, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, oculto y manifiesto en todas las cosas , en todos los hombres y en todos los espíritus, tan misterioso como para no tenerlo que obligadamente negar ni tan claro y evidente como para tenerlo que afirmar con necesidad… 

Los cristianos estamos graciosamente convencidos de que Cristo, Luz del mundo, tiene capacidad de atracción más que sobrada como para poder seducir y fascinar, deslumbrar y alumbrar , asombrar y aclarecer a todo hombre de buena voluntad, por muchas y espesas que sean las tinieblas personales y colectivas que lo envuelvan. Es tal la fuerza centrípeta que su Persona humanada ejerce sobre todos aquellos a quienes se muestra su Estrella, que una vez salida meritoriamente por el horizonte humano, provoca al hombre a salir de sus límites caseros poniéndolo en la encrucijada de elegir inexorablemente entre su propia ceguera o su 'personal iluminación… 

¿Y habrá , no obstante, alguien que tache a Cristo de oscurantista y de príncipe de las tinieblas éstas que nos ofuscan, especialmente si, como hijos de la Luz , somos testigos del Esplendor de la Verdad y expertos en el Amor, el Único y lo único digno de fe, tan clara y oscura como Dios? 

Por Juan Sánchez Trujillo  Listado completo de Comentarios